La dinámica de la vida es tan femenina como la mar, pues todo empieza y acaba en el ir y venir de las olas. Esta es la primera reflexión que nace de la contemplación de los cuadros de Ana Miralles. La pintora, a la que presenté en dos anteriores ocasiones, ha querido hacerme partícipe por tercera vez consecutiva de la gozosa aventura que representa exponer una obra que, en su caso, nace a la vez de la observación y de la introspección. Y me complace hacerlo porque veo en estos cuadros, nacidos muchas veces de la obscuridad de la noche por la que suele discurrir el pensamiento humano, la luz del equilibrio vital a la que lleva la serenidad del espíritu.

Creo que aquellos que sigan desde hace tiempo la obra de Ana Miralles y los que ahora lleguen a ella, coincidirán conmigo en un primer punto de partida: la mar, las mares que nos presenta la pintora nunca son de naufragio sino de renacer. Vienen de un conjunto de transformaciones anímicas que hay en el subconsciente y a las que ella ha tenido la valentía de descender, pero emergen con armonía interna y con voluntad de entendimiento con el entorno. Hay en cada obra en particular y en el conjunto el sentido de participación con los demás, la conexión con la orilla a la que van a dar las olas y la seguridad en la singladura emprendida. Los bosques y las selvas oscuras que representaban, por ejemplo, en su exposición de 2004 se han transformado en la mar abierta y libre, sólo sometida a su propia acción transformadora de la energía al servicio de las demás.

El lenguaje pictórico de Ana Miralles se ha enriquecido de forma extraordinaria en el periodo que ahora podemos estudiar y sentir a la vez. Es además, una riqueza que comparte con nosotros, espectadores de su obra, ya que nace de la acción comunicativa de su pensamiento creativo. Se interpreta, pero a la vez que se explica con hermosa sinceridad, nos da fuerza para que cada uno de nosotros se halle a sí mismo por medio de su pintura. La mar es inquieta como lo es la existencia, pero si sabemos entender sus cambios llegaremos con seguridad al satisfactorio puerto de los deberes bien cumplidos.

Josep M. Cadena. Crítico de Arte.